martes, abril 08, 2008

"Tideland", Terry Gilliam

Hace unos días vi la película a solas, desde el sofá de mi casa. Partiendo de la obviedad de que no es lo mismo el cine que la pequeña pantalla, ni tampoco ver algo sola que acompañada, empezó a perseguirme la necesidad de hablar de ello. Para mí, "Tideland", forma parte de un conjunto de cosas que perduran sin saber por qué. Es decir, ha pasado el tiempo, pero su huella sigue chirriando en alguna parte, despierta, inclasificable. No trato de hacer una crítica en condiciones, ya que no manejo el "séptimo arte" con soltura, pero además, no es lo que busco. Simplemente, la película, empujando desde su perturbadora y asfixiante atmósfera (que a ratos resulta aburrida y cargante), me pide a gritos un acercamiento. Tengo predilección por la cosas que me desarman, me descolocan, y me dejan pensando sobre un espacio en blanco largo tiempo. En realidad, pasé el rato con una enorme interrogación planeando sobre mi cabeza. Gilliam sabe bien que sus universos no son para todos los públicos, y paladea la sensación sin sutilezas ni contemplaciones. Es decir, Gilliam es Gilliam hasta el paroxismo, encantado de conocerse y sin demasiado ánimo por invitarnos a su fiesta privada. La historia, un cuento infantil al más puro estilo (anterior a las podas y los endulzamientos), a medio camino entre la realidad y la ensoñación, la poesía y el mal gusto. Me consta, que produce un efecto contradictorio sobre el espectador (por lo menos en mí), ya que obliga a mantener un pulso con los tabúes que llevamos con arraigo. Sin embargo, después de reflexionar un poco sobre ello, te das cuenta que las alarmas y la censura, probablemente tengan más de hipocresía que de otra cosa. Es una película sórdida, sin duda, pero también bella, y aunque trata temas muy desagradables, lo hace de puntillas con bastante tacto. Mucho más sórdido es ver diez minutos de cualquier telediario o echar un vistazo rápido a un concurso de belleza cuyas participantes tienen seis años, por poner un ejemplo. Lo que ocurre, es que Gilliam trata la crudeza desde una óptica infantil pero verdadera, en el sentido de que los niños elaboran e inventan, pero no son ajenos a la mierda que nos rodea y eso siempre es más difícil de aceptar. Con todo, creo que me gusta su propuesta, me he dejado seducir por ese aire macabro y ligeramente arriesgado (siempre seremos un manojo de puritanos amigos del grito en el cielo). Aunque siga planteándome millones de incógnitas, le sobre metraje, y piense, que podría haber logrado algo mucho más redondo, inquietante y magistral (ideas no le faltaban). Sin embargo, dados los tiempos que corren, que "algo" te busque las vueltas de esa forma, hasta llegar a preguntarte los límites de tu propia ética, o que simplemente sea capaz de sembar una duda persistente, me parece necesario. Muy necesario.

1 comentario:

Antonio Mundaca dijo...

" desarman" es la palabra clave del juego del rompecabezas.


Habrìa sido mejor mirar la pelicula bajo la luz del laberinto.




Ando cafre.